A mediados de la década de 1950, una carta de Ismael Pace (propietario del Luna Park), afirmaba que “Buenos Aires ha cambiado mucho, y es ahora una de las plazas fuertes del boxeo”. Se refería a la organización comercial del pugilismo. En efecto, dichas palabras se enmarcan en la configuración de una red internacional de managers, instituciones y otras autoridades, ansiosas de hallar boxeadores “de espectáculo”. Los match-maker hablaban de los “valores” de los boxeadores, y dichos valores estaban compuestos por el propio cuerpo del boxeador y su poder de agresión: “no deseo –vuelve a comentar Pace- traer boxeadores zurdos”. Tal poder de destrucción, se resumía estadísticamente en el “Record” de cada retador. Un promotor proponía sus púgiles para hacerlos combatir con los de otro empresario, y lo primero que este miraría, serían los récords, visados por la Federación Pugilística del país de origen, de los hombres que se le ofrecían. Por otra parte, la similitud de kilos entre dos luchadores, no expresaba una similitud en poder de negociación entre diferentes promotores.